viernes, 28 de junio de 2013

La chica desastre de nuevo al ataque. Al día siguiente había un acontecimiento importante: el cumpleaños de su madre. Perezosa como siempre, pasó la mayor parte del tiempo hablando con su querida amiga, era lo único que le hacía sentirse bien además de hacerla reír y hacerla decir cursiladas, cosa que no ocurría muy a menudo, solo cuando hablaba con ella.
Finalizadas las tareas de casa a lo largo de su perezoso día decidió salir a buscar algo especial que regalar a su madre junto con su hermano, aunque a este no se le veía tan preocupado por tener un regalo para su madre como a su hermana. Durante una larga hora estuvieron buscando por todas las tiendas que había en su pequeño pueblo, sin encontrar nada que los convenciera, su madre era tan diferente a las demás mujeres... Su hija la envidiaba por cómo ocultaba sus sentimientos y sus gustos, ella era al contrario y no le gustaba. A su madre no le gustaba ni que le regalasen maquillaje, ni una colonia, ropa tampoco, para la ropa ella era muy delicada pues tenía que ser algo negro como siempre y que a ella le gustase, cosa que nunca conseguía su hija.
Buscaban y buscaban, pero no encontraban nada, quedaba poco tiempo para que las tiendas cerraran y la chica cada vez se preocupaba más de no tener un regalo para su madre.
Encontrándose con mucha gente conocida por la calle, dio la casualidad de encontrarse con una de sus profesoras.



-¡Hombre Paula! ¿Qué? Ya de vacaciones, ¿no? Las notas muy buenas como siempre, ¿verdad? -dijo su profesora.
-Sí, lo he aprobado todo y ahora a disfrutar de las vacaciones. Por cierto, gracias por el siete en matemáticas, me tuviste asustada con la recuperación, creía que no iba a aprobar... -confesó la chica.
-Te dije que estudiaras. Estabas más vaga en el último trimestre, se te notaba. Además, hice una recuperación sencilla, que sacaste un siete, no te quejaras.
-No. -dijo esta con una sonrisa.
-Bueno, ¿y qué hacéis por aquí? ¿Tú no decías que ibas a piscina y playa todos los días...?
-Es que estamos buscando un regalo para mi madre, que mañana es su cumpleaños. -dijo el bocazas de su hermano.
-Ahhh, en el último momento, como siempre, ¿no Paula? -su profesora le dedicó un guiño.
-Sí... -dijo esta sonrojada-. Siempre me acaba pasando lo mismo, no tengo remedio.
-Si no encuentras nada, hazle algo. Ya sabes a qué me refiero, eres una artista, tienes mucho arte con esas manos, a veces el dinero no compra la felicidad. Seguro que alguna manualidad tuya le saca una sonrisa y la hace feliz, ¿eh? Piénsatelo.
-Ya bueno.. -murmuró haciendo una mueca- No sé, ya veré.
-Bueno, os dejo que sigáis a lo vuestro. ¡Me alegro de veros! Espero que a tu madre le guste lo que le hagas. -finalizó su profesora despidiéndose.



Ojalá... -pensaba la chica- fuera tan fácil.
Dieron las nueve y nada la convencía. Estando en la sección de champús -ya que se perdía por el centro comercial y encontró esa sección cuando buscaba la sección de colonias, que resultó estar al lado-, se le ocurrió comprarle una plancha, del pelo. Su madre siempre se quejaba que la que tenían no funcionaba bien y que el cable estaba roto y algún día se acabarían electrocutando. Pero en ese supermercado no vendían planchas, tendría que ir a Motril porque allí no se le ocurría ninguna tienda que vendiera de eso, a no ser que fuera una peluquería, pero serían demasiado caras y no tenía el suficiente dinero.
Así pues, le comentó la idea a su hermano: por la mañana hacer como si no se acordaran del cumpleaños de su madre y cuando llegara la tarde y ella se fuera a trabajar, coger un autobús directo a Motril, meterse en el Alcampo y comprarle una plancha nueva, comprando con lo que sobrara un tarta y escribiéndole una pequeña nota.
De camino a su casa encontraron que su madre estaba dentro. Pero, ¿cómo? Su madre llegaba sobre las once de trabajar, no a las nueve, no es que no quisieran que descansara más tiempo, es solo que les vino de sorpresa, ya que la casa no estaba en muy buenas condiciones aún y su madre lo quería todo perfecto.



-¿Se puede saber de dónde venís? ¿Y las mochilas? ¿Es que no habéis estado en la playa? Necesito una explicación. -les dijo su madre mientras limpiaba a fondo la cocina.
-Pue-.... -comenzó la chica, interrumpida por su hermano.
-¡Hemos estado buscándote un regalo! Pero no hemos encontrado nada. -dijo de nuevo el bocazas de su hermano.
-¡Pero bueno! ¿No te dije que no me compraras nada, Paula? No sé cuántas veces tengo que decir las cosas. Lo único que quiero es que saques a tu hermano a la playa, que es un niño y tiene que moverse, como todos los demás, pero vas y me lo llevas a buscarme cualquier chocho. ¡Que no quiero nada!
-Pero mamá... como es tu cumpleaños...
-Nada. ¿Cuantas veces necesitas para entenderlo?
-Pero yo quería que fuera un día especial para ti...
-Si quieres que sea especial saca a tu hermano. Es lo único que te pido, ya está. Lo único que te pido y no cumples. Te pasas la mañana en la cama y no haces nada. Y tienes los ojos rojos. Todo el día en el ordenador, ¿no? Te voy a quitar la máquina, ya verás tú como cambias.
-No llevo todo el día en el ordenador... -dijo la chica, que en realidad sabía que tenía los ojos rojos no por el ordenador, si no porque quería llorar, pero no quería hacerlo delante de su madre.
-A callar. ¿Le has puesto las preguntas y el texto a tu hermano?
-No... No.. he tenido.. tiempo..
-¡Tienes todo el tiempo del mundo! Nunca me haces caso, siempre vas a tu bola. Ahora mismo vas y le haces eso a tu hermano, y cuando termines bajas pones la cena y cuando termines la recoges. Y los cascos hoy te los quito. Que te has tirado toda la noche con la música en los oídos, ¿no? Te vas a quedar sorda, te tiras hasta las tantas y luego por la mañana no escuchas ni el despertador, que he tenido que ir yo a quitártelo.
-Pero me gusta dormirme con la mu-...
-He dicho que a callar. Cuando subas me los das. Cuando no es leyendo, que te vas a quedar ciega algún día, hasta las tantas de la madrugada es el móvil. Yo no puedo vivir contigo, ¿para que quiero una niña así?
-Lo siento...
-Sube y hazle eso a tu hermano.
-Sí...


La chica subió, recogiendo los trapos que aún no había visto su madre porque no había subido. Acto seguido, se conectó a hablar con su amiga. Era con la única persona que le apetecía hablar. Mientras tanto, hacía de profesora con su hermano. Terminado todo, bajó a poner la mesa, desanimada.



-¡Porque desenchufas el móvil! ¡que lo estaba recargando! -le gritó su padre enfadado.
-¡¿Como quieres que caliente en pan entonces?! ¡¿Enchufando el horno a la nada?! -le respondió cabreada.



-Vamos Paula, eres una inútil, pon los platos deprisa y ven y calienta la leche a tu hermano, lenta, que no te espabilas, ¿así como vas a llegar a lago en la vida? -le dijo su madre.



-¡Esto está ardiendo! -gritó su hermano bebiéndose la leche.
-¡Lo siento! ¡Es que estaba sacando el pan, si no se quemaba! ¿Quieres que le eche leche fría por encima y así mejor?
-Eres un desastre, tienes que estar pendiente de todo, si no te las cosas te comen Paula. -le volvió a decir su madre.



-Paula, come.
-No me apetece.. tengo el estómago cerrado.
Pareces una pavica comiendo. -comentó tu padre.
-O te comes eso o ya te estás despidiendo del ordenador. -la amenazó su madre.
-¡No! Me lo como, ¡vale! -dijo la chica comiendo sin ganas.
-¡Tienes 15 años! -protestó su padre-. ¡Yo a tu edad me comía el mundo, no me pasaba el día aquí!
-Así tiene al niño, como ella ella no quiere salir, pues por su culpa no tienen que salir los demás.
-Mamá, el otro día no fue ni a la piscina a bañarse por la mañana. -comentó su hermano.
-¿Ves? Ya ni va. Mañana quitas el internet, estoy ya harta de que no me haga caso la mierda niña. -dijo su madre dirigiéndose a su marido.



Eran como pequeños empujones. Empujones y más empujones. Empujones que te hacían daño pero que luego recuperabas el equilibrio de nuevo. Pero que cada vez eran más fuertes y al final acabaría cayendo.
Acabando de recoger la mesa de nuevo y barriendo toda la planta de abajo, subió.
Ya no le regalaría nada, ¿no era eso lo que decía? Pues nada. La chica lo único que intentaba era regalarle algo que realmente le gustara y que recordara el día, su día, y que por una vez no viniera de mal humor por el trabajo. Pero ya le daba igual, se preocupaba por gente que le importaba pero al parecer siempre le molestaba, por eso no pensaba hacerlo más, se estaría quieta el resto de vida.

“Estudia lo que quieras, no te vayas a algo por dinero o conveniencia” le decía la gente. Ella ya lo tenía claro, seguiría estudiando letras, era lo que le gustaba y se le daba bien. Quería seguir estudiando latín, aunque le costara le gustaba, y quería saber como era el griego, se veía bonito. Pero siempre llegaba la gente que te estropea tus planes. “El latín y el griego son lenguas muertas. No tienen salida. Estudia otra cosa.” ¿Por qué? Algo habrá.. por algo existirá. “¿Pero qué quieres ser?” Já, como si a alguien le interesara su futuro. La chica quería trabajar en una editorial, editando libros. Pero, ¿porque nunca decía que no sabía que quería ser? Tenía miedo de lo que le dijeran. De pequeña quería ser cantante. Menuda estupidez, ¿verdad? Siempre que lo decía se reían de ella. “¿Pero qué vas a ser tu cantante?! Jajajajajaj, que graciosa la renacuaja.” Con el paso del tiempo se dio cuenta de que su voz no era uno de sus fuertes. Había estado haciendo el ridículo todo este tiempo. Por eso, no volvería hacerlo. 
Con todos esos pensamientos en mente se sentó en su escritorio.  Quería contarle todo eso a su amiga, pero pensaba que no le interesarían sus estupideces, eran tonterías. Aunque su amiga ya se había dado cuenta de que le pasaba algo. La chica odiaba ser tan transparente, ¿como se había dado cuenta? Le había prometido que pondría la cam con ella. Eso le decía siempre, pero luego nunca acababa pasando. Por su culpa. Y lo sentía mucho. Hablar cara a cara nunca fue su fuerte, y le daba mucha vergüenza. Quería deshacerse de su vergüenza de una vez y dejarse llevar, como le decía su amigo. Pero nunca era posible. Así que se puso a contarle todo eso en forma de historia por un documento, porque le daba tanta vergüenza que no se atrevía ni a escribirselo en directo, mientras escuchaba la canción que ella le había mandado, una y otra vez.


Shiranai, shiranai
boku wa nanimo shiranai
shikarareta ato no yasashisa mo
ameagari no te no nukumori mo
demo hontou wa hontou wa hontou wa hontou ni samuin’da.